Viaje a Marruecos: Essaouira y Marrakech (parte 2)

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Tras varias horas en taxi, llegamos por fin sobre las 9 de la tarde al pueblo costero de Essaouira, localidad donde comienza la parte turística de este viaje. La primera sensación tras salir del coche es muy agradable, el fuerte viento nos refresca considerablemente y parecen haber quedado atrás las asfixiantes temperaturas, y eso se agradece.

Se va el sol antes de llegar.
 

En un exceso de auto-confianza, nos animamos a buscar el riad por nuestra cuenta, siguiendo las indicaciones del taxista y utilizando un pantallazo realizado a Google Maps, pero por mucho que lo intentamos, resultó una tarea imposible; la configuración urbanística de estos pueblos dificulta mucho cualquier localización distinta de las plazas centrales.

Entonces, un tendero muy atento y agradable, y que además hablaba castellano, nos indicó el camino: nuestro riad, el Riad Aylal, estaba al fondo de un lúgubre y tenebroso callejón sin salida, de mal olor y con multitud de felinos rondando, tantos que parecían ser los dueños de la zona.

Accedimos al lugar y el recepcionista nos saludó muy amablemente. Nos preparó un té, y nos abrió las puertas de nuestro cuarto. El acceso era terrible, pero el interior, perfecto. Cama de verdad para cada uno, cuartos separados, la ducha separada del váter, sofá,... toda una alegría encontrarnos con un lugar así para pasar nuestras próximas dos noches.

Día 6, Essaouira:

No madrugamos en exceso, y bajamos a última hora al desayuno incluido. Devoramos con ganas casi todo lo que encontramos sobre la mesa y salimos turistear por el pueblo.

Impacta ver todo cerrado.

Hoy, es el día del cordero en todos los países musulmanes por lo que todos los establecimientos están cerrados. Todos salvo los orientados a los turistas, donde los precios se asemejan a los de Donosti.

Todo sigue cerrado.

En las calles, algunos jóvenes han organizado hogueras para chamuscar las cabezas de los carneros que cada familia ha matado tras la salida del sol (lo hace el jefe de la casa, el hombre). Es toda una curiosidad pasea por las calles con todos los establecimientos cerrados, ver los regueros de sangre que sales e algunas puertas y de telón de fondo, el humo de las hogueras.

Las hogueras de los jóvenes.

Dimos un paseo por fuera de la muralla, por un caminito que transcurre entre la muralla y el mar. Un itinerario para nada turístico pero muy bonito aunque, en ocasiones, algo maloliente. No estoy seguro de si se puede aconsejar a turistas ya que desconozco la seguridad del mismo. Nosotros no tuvimos ningún contratiempo.

Recorrido entre el mar y la muralla.

Dunas tras las murallas.

La ciudad inexpugnable.

Nos costó encontrar un lugar dónde comer, ya que, como he dicho antes, eran muy pocos los establecimientos abiertos, pero es cierto que, poco a poco, según avanzaba el día, más y más comercios abrían sus persianas.

Volvimos al apartamento a descansar un rato para, tras la siesta, ponernos el bañador e ir a la playa.

Pájaros y...

... kitesurf por doquier.

Poca gente toma el sol en esta playa. El fuerte viento no te deja tranquilo, levanta la arena y resulta muy incómodo. Sin embargo, es lugar de peregrinación para los amantes del kitesurf y derivados. Múltiples cometas se alzan en el cielo y, al fondo se vislumbra una fortificación en una isla; el cuadro es hermoso. Tras disfrutar del espectáculo y reírnos de las desgracias ajenas, nos pegamos un baño y buscamos un lugar para cenar.

Disfrutamos de nuestra última noche de fresquito y, tras el desayuno de la mañana siguiente, tomamos el taxi de vuelta a Marrakech (800drh).

Día 7: Marrakech

Llegamos al destino alrededor del mediodía - aquí el sol sí apretaba con fuerza y, una vez más, y, a pesar del chasco de la última vez, nos animamos de nuevo a encontrar el riad por nuestra cuenta. En este caso acertamos con la calle, pero no encontrábamos ningún cartel que nos indicara el lugar, y es que no había ninguno; ¡¡difícil encontrar algo que no está!! Tras un par de vueltas, un hombre menos agradable que el de Essaouira nos intercepto. Él tampoco sabía dónde estaba, pero nos llevó aquí y allá hasta que un compañero suyo le dijo donde era: justo donde nos había interceptado. Nos pidió unas monedas, le dí 2 drh y entonces salió a relucir su verdadera intención. La sonrisa desapareció de su boca y se le oscureció la cara. Nosotros, sin éxito, intentamos transmitirle que en realidad, él no nos había ayudado en nada, como mucho, su colega; pero nada cambió hasta que le soltamos el resto de las monedas que teníamos en la cartera, que tampoco eran muchas. No sé cuánto le daríamos, pero fue sin duda el guía más caro de todas las vacaciones en relación calidad/precio.

La puerta del riad, sin cartel ni indicaciones.

Descansamos algo en el riad y después salimos a ver el conocidísimo Zoco de la parte vieja. Aquí, seguía casi todo cerrado, y sin percatarnos, nos adentramos en lo que parece la zona más oscura y menos turística de la zona.

 

En lo más oscuro y ...

... profundo del Zoco.

El lugar era lúgubre, estaba desordenado y patas arriba, sucio y pestilente. Recorrimos varias calles realizamos varios giros y nos dimos cuenta que no conocíamos el camino para salir de allí. Entre calle y calle, nos interceptó un hombre amable, que enseguida nos quiso ayudar. Primero nos llevó a donde tintaban las telas antaño. El vendedor, muy agradable, decía que el tintado aún se hacia allí, pero parecía mentira. Tras el tinte, intentamos salir de nuevo del Zoco sin éxito, y apareció de nuevo el hombre para indicarnos la dirección correcta. Así, salimos a la plaza principal de la medina.

La plaza, desde una terraza nada barata.

Al contrario de lo que me habían contado, los pocos tenderos que estaban abiertos en ningún momento insistieron en vendernos sus productos. Es más, si tras el paripé les decías que no te interesaba, te saludaban amablemente y te daban la bienvenida a la ciudad y al país.

En Marrakech parece haber menos gatos, pero sin embargo, el número de motos es muy elevado (y circulan por la acera), y el tráfico es caótico. El respeto a los semáforos es anecdótico y cruzar la carretera se convierte en un deporte de riesgo. Nosotros procuramos seguir a los locales más conservadores y cruzar cuando ellos lo hicieran.

Tras la caída del sol, salimos de nuevo a ver la Mezquita Kutubia (creo que significa "librería") y a cenar, y, a estas horas, la plaza de la medina se había transformado completamente. En el centro, emergían una gran cantidad de puestos de diferente oficio. Los puestos de zumos, comida y los espectáculos, llenos de luces, estaban rodeados por una enorme muchedumbre. Viandantes y motos ligeras se entremezclan en lo que parece un caos perfectamente ordenado, todos deseando pasar un gran viernes, día sagrado para los musulmanes (equivalente a nuestro domingo).

Cenamos unas brochetas de pollo en uno de los puestos callejeros arriesgándonos a una gastroenteritis severa.

En la vuelta al riad, decidimos parar a hacernos un selfi con los puestos y la muchedumbre cuando de repente mi ama pegó un grito y yo me encontré al instante tirado en el suelo. Visto y no visto, la gente comenzó a rodearnos y entonces me di cuenta de que una moto me había atropellado, más concretamente a mi aita y a mí. El pedal de arranque se me había enganchado en la chancleta (y me la había roto) y no la podía soltar. Por otro lado, lo que supongo que fue la rueda trasera, me había rozado todo el gemelo derecho dejándomelo negro, quemado y muy dolorido. En un principio, el conductor de la moto comenzó a echar la culpa a otra persona pero, rápidamente, la gente de alrededor, en su lengua y por la boca pequeña, le sugirió que se callara la boca y se marchara cagando virutas. Entonces, el conductor, haciendo caso de las recomendaciones de sus paisanos, se calló y se marchó rápidamente sin decir una sola palabra más. Esto ocurría mientras nos preguntaban si estábamos bien y nos querían echar una mano a toda costa. Lo único que sacamos fue un trozo de hielo de un puesto de zumos de la plaza.

El selfie previo al accidente.

Supongo que, al fin y al cabo, el caos éste no esta tan perfectamente ordenado.

Día 8, Marrakech:

Comenzamos el día con un Freetour, reservado en la página de Civitatis. La mujer, cuyo nombre significaba "gacela", nos realizó una pequeña introducción del lugar y nos paseó por diferentes puntos de la ciudad. Nos enseñó multitud de curiosidades, principalmente, de la cultura musulmana y de la vida en familia. Paseamos por la Mezquida de Kutubia, por el barrio judío (el barrio amurallado) de la Kashba, para después entrar en una especie de farmacia/herboristería. Si no fuera porque en su interior se estaba fresco, fue el peor lugar de la visita. Un lugar para engañar a turistas y sacarnos los cuartos. Un señor que se hacía pasar por "auténtico bereber", nos hizo una exposición de los diferentes productos que tenían para la salud y la belleza, y curiosamente todo estaba en venta. Por supuesto, siempre te viene alguien a la mente a la que le vendría bien alguno de los elementos que te presentan, pero la verdad, es que ni él es bereber, ni los productos son auténticos. Venden algunas cosas industriales, otras que no se pueden encontrar en el país y otras muy caras, al mismo precio que en una tienda de Gros en Donostia. Como comentaba antes, todo un engaño perfectamente apañado.

Mezquita Kutubía.

Puerta al barrio judío, la Kasbah.

Las tumbas saadíes.

Para terminar, entramos, previo pago, al palacio de la Bahía. Bonito lugar que me recordó al la Alhambra. Destacaría principalmente los cuatro cuartos para las cuatro mujeres y el patio blanco, en el qué no se podía ni abrir los ojos por el reflejo del sol sobre las superficies. Toda una rareza.

Ventana del Palacio de la Bahía.

Detalle del palacio.

Uno de los múltiples patios interiores.

La sala de los espectáculos.

Tras comer y echar la siesta, ya poco nos quedaba para conocer. Y no hablo de lugares, sino más bien de ganas para ello. Nos limitamos a pasear por los puestos y para finalizar el día, subimos al Gran Balcón du Café Glacier para ver el atardecer.

Detalle de la plaza, de noche.

Día 9:

Madrugamos en exceso para estar puntuales en el aeropuerto y sin apenas sobresaltos llegamos a casa alrededor de la una del mediodía.

Nos echamos un compañero de viaje poco usual.

Si tuviera que hacer un balance de las vacaciones, creo, y tampoco me sorprende, que me ha gustado mucho más la montaña que las ciudades. Me parece que es dénde verdaderamente he respirado el Marruecos auténtico, que es lo que buscaba. Tanto Essaouira como Marrakech, me han parecido lugares artificiales, preparados y dispuestos a obtener hasta el último euro de las carteras de los turistas, Essaouira principalmente. Y, aunque también nos han sacado los cuartos, me ha gustado mucho más la autenticidad de los poblados Amazik del Atlas.

Lo que sí está claro, es que es un país muy cercano al nuestro pero, a la vez, muy lejano también.

¡¡Que cierto es que no conoces bien a un país hasta que no conoces a sus habitantes!!

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